—Os he dicho que se trata de «La Historia» porque transcurrió
aquí, en el interior de esta humilde casa. Entre estas paredes
vivía una joven de lo más agraciada, lo tenía todo: guapa, alta, de figura
delicada... ¡Qué curioso! ¡Tendría más o menos vuestra edad!
En cierta ocasión fue invitada a un baile que celebraba el hijo de una
de las familias más pudientes de la zona. Al parecer, el joven se había
fijado en la muchacha y tras localizar su dirección decidió mandarle
una invitación para la fiesta. ¡Imaginaos qué contenta se puso aque
lla joven! Sería su oportunidad de conocer un mundo muy diferente
al suyo y hasta ¿quién sabe?, tal vez podría enamorar a aquel muchacho
y llegar a convertirse en su mujer. Entre sueño y sueño, la
joven se percató enseguida de un detalle: carecía de un vestido apropiado
que lucir aquella noche y tampoco tenía dinero para derrocharlo
de esa forma. Una de sus amigas, al verla tan triste le dijo: «¿Y por
qué en vez de comprar un traje de baile, no lo alquilas? Seguro que
es mucho más barato». La joven se acercó hasta la modista del pueblo
y por una cifra razonable consiguió para la fiesta un precioso modelo,
digno de una princesa, y que además se ajustaba a su cuerpo
como un guante. Estaba realmente guapa y distinguida y fue la sensación
de aquella velada. No paró de seguir el compás de la música
en toda la noche mientras los pretendientes hacían cola y se la disputaban.
Ella estaba radiante y pensaba que su suerte iba a cambiar. Exhausta
por el baile, comenzó a marearse, se acercó hasta una ventana
intentando que el aire fresco la reanimara. ¡No funcionó! Cada
minuto que transcurría iba encontrándose peor. Reuniendo las escasas
fuerzas que le quedaban, regresó a su hogar, o sea, esta casa, y
se tumbó en el sofá, justo en ése en el que ahora estáis sentadas.
Una de las amigas dio un respingo instintivamente. Otra se
levantó para sentarse en el suelo y poder escuchar la historia, más
de cerca sin perderse detalle.
—Como os decía, la muchacha se encontraba realmente mal;
su madre, alarmada, le colocó paños fríos en la frente para intentar
calmar aquel desasosiego. La chica, entre sudores, no dejaba de gritar
que una mujer se le aparecía gritándola: ¡Devuélveme el vestido!,
¡devuélveme el vestido!... ¡Pertenece a los muertos! La madre
estaba cada vez más angustiada escuchando a su hija, viendo cómo
sus ojos iban perdiendo vida, cómo se consumía lentamente. A las
pocas horas la joven falleció ahí mismo, en el sofá. Con gran consternación
y extrañeza, el forense que realizó la autopsia del cadáver
descubrió que la muchacha había muerto envenenada ¡con
productos de embalsamar! Al parecer, restos del citado líquido
depositados en el vestido habrían penetrado a través de los poros
de su piel a medida que su cuerpo iba calentándose por el baile. La
policía inició las investigaciones pertinentes y se presentó en la casa
de la modista. La dueña se vio obligada a declarar que un enterrador
se lo había vendido a su ayudante. Sin duda, debía de haberlo
robado del cuerpo sin vida de una joven justo antes de que cerraran
definitivamente el féretro
Inesperadamente retornó la luz a la estancia. Las amigas gritaron
de nuevo, lo estaban pasando realmente mal.
—¡Venga, chicas, tranquilas! ¡Que ya llegó la luz! Bueno, espero
que os haya gustado la historia —aquella enigmática mujer se
levantó y volvió a coger el candelabro—. Y ahora os dejo, ¡mañana
tengo que madrugar! ¡Que paséis buena noche!... ¡Ah! Y si veis a
una joven con un precioso vestido de fiesta en medio del pasillo...
¡no os asustéis!
La dueña salió de la estancia riéndose de su propio sarcasmo
y las jóvenes decidieron también irse a dormir... Eso sí, ¡todas juntas
en una habitación!