La leyenda de la llorona es 100% y mexicana, que ha prevalecido
de generación en generación desde la época de la colonia hasta nuestros días, el
origen de los hechos de esta leyenda es desconocido y con el pasar del tiempo se
van cambiando las versiones, pero todas coinciden en lo mismo; “una mujer de
vestido blanco que vaga por las orillas de los ríos y los cementerios, llorando
su condena por haber cometido el peor de los pecados, al no tener nada mas que argumentarles, los dejo con la siguiente historia que
espero les guste.
La llorona
A principios del siglo XII existió en la ciudad de Durango una hermosa mujer de
nombre doña susana de Leyva y Borja, cuya extraordinaria belleza tenía
deslumbrados a todos los jóvenes de la ciudad que la cortejaban incesantemente y
deseaban correspondencia a su amor. la dama que pisaba los veinte abriles, era consciente de su singular hermosura y
con desdén poco usado descorazonaba a sus admiradores.
Por esos años llegó a estos lugares, proveniente de la capital de la nueva España, don Gilberto Hernández y rubio de Martínez y Nevárez, joven apuesto y
elegante, de rancio abolengo y noble linaje, caballero de la orden de santiago y
oidor del santo oficio, quien cabalgando un corcel negro de pura sangre, se
encontró con doña susana precisamente en la plaza mayor frente a la catedral, lo
que ahora es la plaza de armas. al contemplar el caballero la belleza única de
doña susana, bajó de su caballo y extendió su capa sobre el piso para que pisara
sobre ella la mujer del relato.
El hecho y los decires del noble origen de don Gilberto, impresionaron a la dama
que correspondió con femenil sonrisa a la gallarda acción del joven
pretendiente.
El noviazgo se formalizó, pero al advertirlo don pedro de Leyva y Quirino, padre
de la muchacha, la reprendió severamente prohibiéndole de manera terminante toda
pretensión de matrimonio con un hombre español de sangre pura. aunque la joven
exigió las razones de tal prohibición, don pedro se concretó a
contestar: no tengo por qué darte explicaciones ni se las daré a nadie, simplemente es una
orden que debes cumplir.
Doña susana se encontraba perdidamente enamorada de don Gilberto, razón por la
que optó por huir en brazos de su amado una noche oscura y lluviosa.
en las
afueras de la ciudad el enamorado improvisó una casa de campo, situada más o
menos en lo que ahora es el crucero de las calles negrete y regato, donde
estableció su nido de amor con la encantadora dama.
El tiempo pasó y pronto la pareja en amasia-to procreó tres hijos que eran el
encanto de la madre, quien frecuentemente le pedía al varón legalizar la unión
marital para poder dar nombre sin afrenta a sus tres vástagos. don Gilberto como
única respuesta, solamente le daba un beso ala amada y le ponía en sus manos
algunas monedas de oro.
Un domingo, cuando la mujer asistía a misa al templo mayor de la ciudad, después
del evangelio escuchó correr las amonestaciones, en las que el cura con voz
serena anunció: la noble señorita doña Marcela Jiménez de Alanís y ballesteros se propone
contraer matrimonio con don Gilberto Hernández y rubio de Martínez y Nevárez,
caballero de la orden de santiago y oidor del santo oficio... etc.
Doña susana no creía lo que escuchaba, al mismo tiempo que todas las miradas de
la concurrencia se concentraron en su persona y los cuchicheos en coro la
señalaban burlona mente.
Al salir del templo, tomó un coche y ordenó al cochero conducirla a casa de don Gilberto, situada en ese tiempo más o menos en lo que ahora es la calle de
hidalgo entre pino y cinco de febrero, no le reclamó la traición, solamente le pidió que no la abandonara a ella por
sus hijos, que siguiera sosteniendo a quienes eran de su sangre.
el hombre iracundo le dijo: no vuelvas a cruzarte en mi camino, eres indigna de mi linaje… tú eres una
mestiza… hija de una india indeseable. tu padre hizo mal en darte el nombre que
no mereces.
Le dio un golpe con la pesada bota, cuando la mujer postrada de rodillas lo
abrazaba de las piernas implorándole su protección, la mujer rodó por el suelo, humillada y herida en lo más profundo de la dignidad
humana.
Dos domingos después, cuando los esponsales se realizaban con toda elegancia y
solemnidad, en el preciso momento en que el sacerdote pedía a los contrayentes
que manifestaran su voluntad para la unión, una dama elegante se acercó
discretamente a la pareja y simulando que pretendía colocar el lazo, sepultó en
repetidas ocasiones un afilado puñal sobre el pecho y espalda del novio y la
novia, que cayeron pesadamente sobre el suelo, bañados en sangre.
La mujer se escurrió entre la confundida multitud, salió del templo y
enloquecida corrió por la calle hasta llegar a su casa. tanto por el rencor del
despecho, como porque sabía lo que le esperaba ante el tribunal del santo
oficio, doña susana llegó a su casa, tomó a sus tres hijos y, antes de ser
aprehendida por el alguacil y su gente, corrió rumbo al poniente tratando de
ocultarse de la justicia.
No avanzó mucho, cuando llegó al arroyo entonces caudaloso, lo que ahora es la
acequia grande, los perseguidores casi le dan alcance y en supremo intento de
protesta contra las absurdas costumbres de la sociedad de la época, la mujer
enloquecida degolló a sus hijos, los arrojó al arroyo y sepultándose la daga en
el corazón puso fin a la quíntuple tragedia.
la ciudad entera enmudeció por lo ocurrido y, al anochecer de esa tarde de mayo
en plenilunio, escuchó asombrada el aterrador lamento:
¡aaaaayyy! ¡aaaaayyy! ¡miiiis hijooooos! ¡¿donde están mis hijos?!
¡aaaaayyy!
El llanto recorrió toda la calle que ahora es negrete, y desde ese tiempo por
más de dos siglos se llamó calle de la llorona
.