martes, 11 de septiembre de 2012

EL ENIGMA DE GISORS

Excavaciones clandestinas

En 1946, un jardinero llamado Roger Lhomoy aseguró haber descubierto un depósito de
cofres y sarcófagos bajo un torreón del castillo donde trabajaba, tras haber realizado unas
excavaciones en las cercanías. Nacido en la región, Lhomoy había escuchado decir a menudo
que el subsuelo del castillo encerraba un tesoro fabuloso. Algunos no vacilaban en pretender
que este tesoro era el de los Templarios, muy presentes en la región. El castillo, ejemplo
magnífico de arquitectura feudal, había efectivamente pertenecido unos breves años a la Orden
del Temple durante el siglo XII, lo que les facultaría para conocer los subterráneos existentes
debajo del mismo.

Al parecer, el jardinero había localizado dos años antes un pozo sellado en la entrada de
uno de los torreones. De forma clandestina, por la noche, excavaba ayudado por el material
rudimentario al que tenía acceso hasta que logró abrir una galería de unos veinte metros de
profundidad. Aseguró que una noche tropezó con un muro, y que, tras apartar algunas piedras,
se dio cuenta de que se hallaba delante de la pared de una sala de grandes dimensiones. Intentó
alumbrar la sala pero su precario equipo no le permitía ver demasiado, así que se introdujo por
la ranura.

  Había hallado una cripta de unos trescientos metros
cuadrados y cuatro y medio de altura. Parecía
corresponderse con una antigua capilla donde podía verse
el altar con su tabernáculo y, apoyadas en las paredes,
estatuas de Cristo y los apóstoles. Pero lo que llamó
sobremanera su atención fueron unos sarcófagos pétreos
de unos dos metros de largo y en número de diecinueve,
que se alineaban a lo largo de los muros de la cripta.
Asimismo, treinta enormes cofres de metal coronaban el
descubrimiento del jardinero.

Avisadas las autoridades y extendida la noticia, una multitud se dio cita en el lugar de los
hallazgos, pero las decepciones no tardaron en llegar. Nadie se atrevía a bajar por aquella
intrincada madriguera excavada por Lhomoy, que constantemente amenazaba con
desmoronarse, hasta que el comandante de los bomberos de la localidad, Émile Beyne, se
ofreció voluntario. Pero tras avanzar inicialmente por la intrincada galería, Beyne desistió a falta
de cuatro metros para el final. Expuso que era demasiado arriesgado y que la falta de aire le
impedía proseguir, tras negar haber podido llegar a la capilla descrita por Robert Lhomoy. Éste,
respaldado por la opinión pública, pidió continuar las excavaciones y ensanchar la galería, pero
inexplicablemente el permiso le fue denegado por el Ayuntamiento. De igual manera, y para
sorpresa de todos, se tomó la medida de ordenar que las galerías fueran recubiertas de hormigón
y nuevamente selladas.


Apesar de este golpe, Lomhoy continuó en sus trece. Solicitó con éxito una autorización
del Ministerio de Cultura francés para proseguir las excavaciones, pero la respuesta del
Ayuntamiento fue tajante: lo tacharon de loco y amenazaron con hacerlo encerrar si no desistía
de su empeño en excavar. El hecho era enormemente extraño al carecer, a priori, de un motivo
justificado. Pero el jardinero no era un hombre fácil de convencer, y tras dejar pasar seis años,
con una nueva autorización del Ministerio de Cultura se puso nuevamente manos a la obra.





Esta vez el Ayuntamiento tuvo que claudicar. Ya no se trataba únicamente de Lhomoy,
sino que este se había traído a dos socios con él. Lo único que pudo hacer el Consejo municipal
fue poner objeciones a los trabajos, estratagema que dio resultado. Se les impuso el pago de una
cuantiosa garantía además de asegurarse la propiedad de buena parte de los posibles hallazgos.
El acuerdo era inviable, y Lhomoy y sus socios se vieron abocados a abandonar el proyecto.

Después de ese fracaso, el asunto quedó en el olvido durante cerca de dos décadas. No se
produjeron novedades hasta que en 1962, el Ministro de Cultura francés, André Malraux,
ordenó proseguir con la investigación. Tras reabrir las galerías, se procedió a llamar a Roger
Lhomoy para que comprobase personalmente los trabajos. Éste, llegó a bajar al fondo del
pasadizo, pero decepcionado comunicó que aún faltaba el último metro y medio por despejar.
Inexplicablemente, estando tan cerca de la supuesta cripta, la reanudación de las obras se
postergó otros dos años. Finalmente, en febrero de 1964, cuando se iba a excavar el último
tramo, el lugar fue declarado zona militar y la investigación fue parada definitivamente.














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